
Cada semana, un animal. A diario, una lagartija. Por la tarde, una familia de patos. A la madrugada, un coro gatuno. Ciertas mañanas, cruzando el paso cebra como un peatón más, su majestad el pavo real. Y, si el azar es bondadoso, me regala el encuentro con una pareja de manatíes coreografiando el amor bajo el agua de un puente. Nunca, en mi vida, había tenido tantos animales cerca. Nunca me había maravillado tanto.
Miami es un bestiario. Aquí, te guste o no, debes convivir con la fauna y la insecta. Un botón: las cucarachas —de diversos apetitos, tamaños y velocidades— se entrometerán en tu casa más que la policía o que un casero latoso. Seré sincero: la presencia y la compañía de otras especies, a veces, me agobia. Pero también me fascina. Me inspira. El libro de cuentos que vine a terminar en la Magic City tiene como protagonistas o leitmotiv a animales e insectos, así que yo feliz y grato de encontrármelos a diario y saludarlos como vecinos.
“¿Por qué los animales?”, le han preguntado siempre a la escritora estadounidense Susan Orlean. En el texto que abre su espléndido libro de crónicas On Animals, Orlean responde: “[Porque] son maravillosos para ver”. Y sigue: “Parecen tener algo en común como nosotros, y aun así son como aliens: desconocidos. Familiares pero misteriosos”. Sus-cri-bo. Aunque yo, a diferencia de Orlean, no me crie con animales. En mi niñez fueron ausencia.