Creo que tenía siete años. Estaba “viendo la tele” mientras mi mamá me ponía bolsas de té negro en los ojos, uno por uno. Tenía conjuntivitis, o “patada china”, como le decían en los noventa. Cuando me tapó el ojo izquierdo le dije: “Pero no me tapes el ojo que ve, pues”.
Mi mamá casi se muere. Ese rato hizo mi primera cita con el oculista y se dio cuenta de que estaba casi ciega de un ojo.
¿Cómo no se habían dado cuenta?, ¿cómo yo misma no me había dado cuenta? La razón es simple: para mí el mundo siempre había sido así. No tenía un referente de cómo era el mundo real, así que mi mundo era así, un poco distinto del que veían los demás; pero como yo no sabía qué veían los demás, no había drama.
