
Por Diego Pérez Ordóñez
Vaya personalidad poliédrica y poética la de Luchino Visconti (1906-1976). Personalidad disidente, cautivadora y atemporal. Porque Visconti, el genio unánime, el esteta total, siempre maniobró en las antípodas, con las alas rozando infatigablemente el fuego. Sin importar en qué flanco se movía, la música, el teatro, la ópera, el cine o la literatura.
Este milanés se habría sentido igual de cómodo, discurriendo en los salones del París iluminista que en las reuniones del partido, haciendo consignas y apretando el puño por las causas que él consideraba justas. Artista exquisito y director severo, impaciente y minucioso. Migró, sin mayores traumas, del filme realista a la extravagancia cinematográfica, en la última década de su carrera creativa. Mas, sin olvidar la ópera, su pasión original. Sin renunciar, de ningún modo, a las libertades y diversificaciones sexuales propias de sus tiempos. Sin renunciar a las variedades y variaciones carnales.