
Su solo nombre provoca una sutil emoción, como si se tuviese la certeza de que Nuestra Señora La Borradora, cual lluvia de abril, fuera capaz de limpiar cuerpo y alma de todos los pecados. ¿Será posible que los borre todos? ¿Será que quienes le claman justicia en verdad son escuchados?
La convicción de que la Virgen les ayudará, ante las falencias de la justicia terrenal, motiva a que los fieles acudan hasta la iglesia de San Roque para solicitar auxilio a esta bella abogada del cielo.
La imagen venerada en la iglesia de San Roque corresponde a la Virgen del Rosario con el niño en sus brazos, y a cuyos pies reposan santo Domingo y san Francisco.
Ricardo Descalzi señala que la advocación a la Virgen del Rosario surgió en Quito en 1612, y que la autoría de la imagen fue atribuida a fray Pedro Bedón, dada su similitud con la de la Virgen de las Lajas, que fue pintada por el sacerdote y que reposa en la ciudad de Ipiales.