
“Algo pasa en el cerebro de nosotras, las mujeres, cuando somos víctimas de violencia”, reflexiona la colombiana Arlin Durán, de 44 años, desde Cuenca. Y prosigue: “he escuchado que se daña una parte que ayuda a proyectarse, a ver más allá”.
Por eso —está convencida—, logró trabajar tranquila y salir adelante con sus seis hijos cuando se alejó de su agresor. Doce años después de esa película de terror que fue su vida, como refugiada en Quito, vuelve atrás, solo para que su historia sirva a otras mujeres.
La mayoría de días estaba agobiada. Hacía labores de limpieza en un hotel, por la terminal terrestre. Con su sueldo pagaba el arriendo y servicios, entre otros gastos. Además, cocinaba, arreglaba la casa y se encargaba de trasladar a los niños a la escuela.