En la chatarrería más grande de Guayaquil, donde conviven el comercio informal, la fe y la delincuencia, una comerciante vende juguetes que otros tiran a la basura.

Los domingos la campana de la iglesia suena a las cinco de la mañana. A esa hora, los feligreses católicos empiezan su día en el santuario San Vicente de Paúl, rezando la aurora, y los comerciantes informales de la zona montan sus puestos en las afueras del templo. El mercado de chatarra se encuentra en el suburbio de Guayaquil, sobre la calle Domingo Norero Ceruti, entre la C y la CH.
“Después de rezar venga para venderle uno de estos aparatitos, doña Liduvina. Le hace falta”, grita un anciano mientras extiende una lona sobre la calzada. “Mejor rezo para ya no escuchar sus majaderías, viejo mañoso”, le contesta Liduvina al entrar a la iglesia.