
Alicia llega como un ángel.
Un rayo de luz casi imperceptible que se confunde con la tarde, tan diáfana, tan suave, casi como la seda de su camisa, que me recuerda a la camisa de Hortaliza, ese personaje creado por ella en uno de sus libros.
Alicia no quiere té. Ni café. Se sienta en el sillón y me mira. Habla sobre la escritura. Sobre esa tarde en la que atravesó el océano y conoció el amor. A veces olvida. No importa. En el corazón (que a veces también tiene la forma del tiempo) da igual si fue en enero o marzo, si esa persona está viva o muerta; en el rompecabezas de la vida, cuyas piezas finalmente forman una sola unidad, esos rostros siempre están vivos.