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Una ciudad que lleve mi nombre

por Jorge Ortiz

Edición 466 – marzo 2021.

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Crédito: Shuterstock.

La revolución estaba naufragando tan sólo un año después de haber comenzado. Era el verano de 1918 y, en medio del caos y las turbulencias de la implantación del socialismo, la escasez de alimentos se había vuelto dramática. La gente se moría de ham­bre, incluso en la capital, Moscú, donde Le­nin —el ideólogo y conductor de ese proce­so de transformación total que debería lle­var la felicidad al proletariado— comenzaba a sentirse abrumado por la magnitud del problema. Algo había que hacer. Y pronto.

La orden de Lenin de confiscar todo el cereal, impartida a principios de ese año, no había sido suficiente: los campesinos, en especial los que tenían parcelas medianas o grandes, ocultaban el grano y lo vendían en el mercado negro. Y los pequeños propieta­rios lo usaban para su propia alimentación. Amenazas y apaleamientos estaban sirvien­do de poco. La decisión fue, entonces, esca­lar el nivel de violencia. Los historiadores la llamarían, más tarde, el “Terror Rojo”: en septiembre de 1918 empezó una campaña de arrestos en masa y fusilamientos inme­diatos que sirvieran de ejemplo y escar­miento. Pero, a pesar de todo, la escasez se mantuvo y el hambre aumentó.

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Autor

Acerca de Jorge Ortiz

Ha sido periodista y corresponsal internacional, articulista, presentador de noticias, entrevistador y colaborador de la revista Mundo Diners, además de autor de cuatro libros de relatos históricos.
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