En junio del año 2002, mientras jugaba en el Aston Villa de Inglaterra, Ulises de la Cruz hizo el que quizás sea el gol más importante de su vida: creó FundeCruz, una organización dedicada a la obra social que trabaja específicamente en Piquiucho, el pueblo donde nació su fundador, en el valle del Chota. FundeCruz llevó a Piquiucho el agua potable, el alcantarillado, un conjunto de viviendas, un hospital, un coliseo deportivo, y cambió la tierra de las calles por adoquines.
De la Cruz, parte de la generación de futbolistas que llevó al Ecuador a su primer mundial y, sin duda, uno de los primeros jugadores nacionales en establecerse como figura en la liga europea, es, desde mayo del año pasado, asambleísta nacional por el partido del Gobierno. Más tarde, cuando hayan pasado casi tres horas de entrevista que él soportará con una paciencia olímpica, amable, y en voz baja, me dirá que abandonó el fútbol para dedicarse a trabajar por los suyos, por su gente. Aunque ya no lo sea, Ulises de la Cruz sigue siendo el niño pequeño que creció en un pueblo abandonado y logró escapar a tiempo. Y esa es su causa: que nadie más tenga que escapar para sobrevivir.
Ya no habla desde las canchas ni desde los camerinos, ahora está sentando detrás de un escritorio, casi acostado sobre su silla, mirándome con cierta sospecha. Tiene 40 años. Y esto es lo que tiene que decir.