
Si Jaime Guevara fuera una canción, sería una de amor combinada con protesta social. Sería una de letra potente, pero también sensible. Sería una trova con rasgos roqueros. Me atrevo a decir que, sin la canción que es su vida, no se entendería la historia de la música ecuatoriana y no tendríamos ejemplos vivos de cómo lo político la atraviesa.
Anarquista solidario, “trovaroquero” vegetariano, Jaime ha sido considerado, a lo largo de los años, un amigo cercano de las luchas sociales y crítico con convicción de los gobiernos opresores. Nació en Quito un 21 de diciembre de 1954 y es una enciclopedia llena de memorias. En sus anécdotas están sus luchas, sus calles y sus heridas.
—¿Cómo recuerdas tu infancia?
—Como uno de los períodos más hermosos de mi vida. Crecí en el barrio de San Marcos, un oasis en medio del ruido del centro de Quito. Soy el tercero de siete hermanos. Mi familia era muy conservadora, muy católica y yo pasaba las tardes escuchando música o dibujando.