Por Daniela Alcívar Bellolio
Edición 459 - agosto 2020.
Ilustraciones: Shutterstock
No hay palabras que puedan presentar con justicia este texto, pero lo intentamos: si hay algo de lo que no podemos escapar, es el amor; si hay algo que no nos deja escapar, es el amor. Si hay algo que no podemos abandonar, ese algo también es el amor.

¿De qué habla esa música que habla de moverse,
amar todos los cuerpos y bailar en los tejados
pegarle fuego al mundo y hacer otro
más justo y luminoso? ¿A quién espera
quien confía en encontrarse con alguien, un día feliz,
y nunca separarse? No a mí,
no a mi hijo y a mí. Cuanto más
hermosa la fábula menos sitio
nos queda a nosotros en ella. Si a veces cantamos
pues nos sabemos la letra al oírla por la radio
es la vida de otros
la que cantamos
José Daniel Flores, Los lagos de Norteamérica.
Hay un arco temporal que vuelve y afecta, puntual, cada año, y casi sin pasar por el pensamiento, a mi cuerpo. Un buen día, como si fueran las señales en principio inocuas del invierno en pleno verano, que recuerdan así, sin más, por la mera aparición de signos materiales (una lluvia súbita, una mañana nublada, la leve instalación del frío), en mi ánimo se manifiesta un desgaste, como si algo lo hubiera estado royendo con paciencia durante meses y meses y de repente, dándose paso a través de capas y capas de vida, mostrara —ese algo que no sé nombrar— su rostro en la superficie.