Por Pablo Cuvi
Fotos: Archivo Fundación Guayasamín y libros
Cuando Annamari de Piérola, del grupo Santillana, me planteó escribir y editar un libro sobre la casa de Guayasamín que se iba a convertir en museo, no tardé mucho en decir que sí. Sobre todo porque Oswaldo Guayasamín Calero, nacido en el barrio de La Tola en 1919, empataba perfectamente en mi galería de libros sobre quiteños tan emblemáticos diversos como Velasco Ibarra, Mapahuira Cevallos y Jorge Salvador Lara. Al igual que el cinco veces presidente, Guayasamín el artista, el político, el amante, el empresario, concentraba en sí las grandes contradicciones que atravesaron al Quito del siglo XX.
Eso, que no es poco decir, es un gancho irresistible para cualquier interesado en las relaciones entre historia, arte y política; tanto más porque Guayasamín es el pintor ecuatoriano que ha logrado el mayor reconocimiento internacional: ganó las bienales de Barcelona, São Paulo y Ciudad de México en los años cincuenta y llegó a exponer en museos tan exclusivos como L’Ermitage de San Petersburgo y el Museo de Arte Moderno de París. Como señalo en uno de los libros, un éxito tan descomunal —en lo artístico y en lo económico— era muy poco digerible para la izquierda radical de los años sesenta y setenta, que lo acusaba de “retratista de las viejas burguesas”, mientras la derecha y la aristocracia lo tachaban de “indio comunista”, al tiempo que compraba sus cuadros y asistían a sus fiestas legendarias. De modo que la mesa estaba servida para editar un libro sobre la casa donde había reunido las mejores piezas de sus colecciones de arte y el taller donde había creado sus grandes obras.
Pero los libros nunca salen como se los planifica, pues son como seres vivos que van cambiando en el camino, afectados por causas tan distintas como unas imágenes oscuras o la prolongación de un litigio de herencia que mantuvo la casa cerrada y en mal estado durante 13 años, con las obras embodegadas y dispersas. La imposibilidad de fotografiar la casa restaurada mientras los herederos no terminaran de ponerse de acuerdo dio pie para que surgiera la idea de editar, durante la espera, un nuevo libro sobre la Capilla del Hombre, ese proyecto desmedido que el maestro no alcanzó a completar, pues la muerte lo alcanzó cuando fumaba un cigarrillo en Baltimore, adonde había acudido a que algún médico providencial le remediara la pérdida progresiva de la vista.