





Por Jorge Dávila Vázquez
En el catálogo de Historias transversales se lee: “Tomás Ochoa (Cuenca, 1969) ha sido reconocido como uno de los artistas contemporáneos latinoamericanos más destacados de su generación. El Centro de Arte Contemporáneo de Quito presenta una exhibición que reúne su obra más representativa, producida en más de una década entre Argentina, Suiza y España. El artista ha participado en las Bienales de Cuenca, Venecia, Singapur, Córdova, Osaka, entre otras, y su obra es parte de algunas de las más importantes colecciones privadas y públicas del país”. Detrás de esta escueta nota hay toda una vida dedicada a la cultura y al arte; todo un conjunto de expresiones plásticas, que van de la pintura al video, la fotografía intervenida y las expresiones menos convencionales que cabe imaginar; todo un universo poblado de los fantasmas de la escritura, la filosofía, las búsquedas expresivas, el trabajo sin descanso.
Ochoa emerge en el panorama de la pintura ecuatoriana, cuando tiene alrededor de veinte años, junto a Patricio Palomeque, Pablo Cardoso y Eugenio Abad, nombres asociados por el público al llamado Grupo de Cuenca. En las primeras exposiciones, los cuatro van más o menos juntos; luego, cada uno se irá abriendo su espacio autónomo en el arte o se deslindará totalmente de él, como es el caso de Abad.