Por Gonzalo Dávila Trueba.
Ilustración: Camilo Pazmiño.
Edición 434 - julio 2018.
Si Esaú vendió su primogenitura por las lentejas, ¿de qué forma estarían preparadas para que tuvieran tanto valor? Por ello, cuando me dijo aquella chica —novel en la cocina— que debía de haber cerrado el restaurante porque mis recetas eran de otra época, sonreí y callé.
Y abundó en argumentos como aquel de que mis clientes ya debían de haber estirado la pata o serían demasiado viejos y que ahora era el momento de innovar con reducciones y asociación de productos para lograr sabores inauditos.
—¿Cerraste por esto el restaurante? —me preguntó.
