Por Mónica Varea
Era la época del ron con cola, era la época de los festivales de la nueva canción, era la época de soñar intensamente, llorar a mares y amar sin fin. Yo había dado luz a mi hija Paz, una semana atrás y ella llegó con mi prima Sonia, en su escarabajo azul de parachoque abollado. “Soy la hija de Lucho Camacho”, se presentó ante mi papá; él inmediatamente apareció cargando un enorme parachoque menos viejo. Así la conocí y lo nuestro fue “amistad a primera vista”.
Era la época del ron con cola y de eternas noches de música. Me presentó a María Elena Walsh, a Cátulo Castillo, Gina María Hidalgo, a la Nacha Guevara y a tantos más. Sentadas en el suelo, con los acetatos regados por el piso, con el ron, imparables las lágrimas y las risas salían a borbotones. Fueron muchos años de leer en voz alta a Cortázar, a Borges, a Bioy Casares, a Sábato, “soy argentinófila”, decía.
Era la época del ron con cola y de la negra Sosa, tan negra y tan tucumana como el amor de su vida, tan negra y tan intensa como su eterno compañero. La negra con su voz penetrante nos acompañó siempre en la pequeña sala de su casa de El Inca. Ese espacio fue suficiente para que creciera nuestra amistad tan frondosa como sus plantas y sus cactus y sus hijos y sus nietos.
