La batalla de Pichincha se ganó gracias a una táctica y una ejecución inteligente de Sucre.
Tras una noche de lluvias intensas, en las primeras horas del 24 de mayo de 1822, los débiles rayos del sol recién habían logrado traspasar las nubes en las partes bajas y medianas de la montaña.
Con los ojos aún legañosos, las tropas del general Melchor Aymerich, que acampaban en El Panecillo, advertían un inusual movimiento entre los árboles y matorrales. No lo podían creer, eran las tropas republicanas: alertas con toque de clarín.