
Un post sobre la serie Maid provocó algunos comentarios en Facebook. La palabra que más se repetía era “sororidad”. Escribí algún comentario al respecto y fui corregida de inmediato por otra mujer, que supuestamente estaba poniéndome en mi lugar. Se trata de alguien que admiraba (y admiro), que pertenece a un grupo de mujeres intelectuales, feministas inteligentísimas que usan con frecuencia la palabra sorora, pero que cada vez que se intentan abordarlas, se encargan de dejar clara su superioridad. Es como si dijeran, entre líneas: ‘No creas que perteneces aquí. No te emociones’.
Estaba peleada con la palabra sororidad y tenía varios prejuicios sobre Maid. De todas formas la vi y me sorprendí, porque más allá de mostrar los problemas de una maternidad evidentemente complicada, retrata la violencia normalizada, invisible, que viven casi todas las mujeres (madres o no) independientemente de su clase social. La serie cuenta la historia de Alex, que huye de su cónyuge llevándose a su hija. Tras constatar que su madre (una artista bipolar que vive en un remolque) es más un problema que una ayuda, y que con su padre no se puede contar, ocupa una nueva familia a la que no pertenece. Alex termina en una casa de ayuda donde conoce a otras mujeres que la acogen.
Alex no puede (ni quiere) denunciar a su pareja por maltrato ya que nunca le pegó, “solo” le gritó y lanzó objetos cerca de ella. Así es, Maid habla de lo “indenunciable”, de las heridas que no se ven pero que sangran por dentro.