Por Huilo Ruales
Introito
Barcelona es una enfermedad letal, como las mujeres bellas cuando son malvadas. Cuando son fascinantes pero venenosas y por eso más fascinantes, hasta que ya no son ellas. Hasta que se vuelven un encanto de bragas, lentejuelas y máscaras detrás de las que no hay nada, salvo el eco de los tacones lejanos en los que va llegando, ebria, la senil gitana de la muerte. Pero Barcelona, por lo pronto, es eterna y anda enfiestada. Sobre todo desde que España tuvo el regocijo de quedarse huérfana y en lugar de guardar luto se dedicó a follar gratis todo lo que no había follado en la noche sin noche de Franco. La Movida, apodaron esa manera de mover las caderas sacudiendo al mismo tiempo el alma, más que la memoria de sus desaparecidos. Por lo pronto, se trataba de ponerse al día, así es que Ole la locura, se gritaba, mientras la España carca se santiguaba. Y se sigue santiguando, porque también el oscurantismo suele ser eterno.