
La última verrugosa arlequín era más pequeña que la moneda de un dólar. Cuando dieron con ella pesaba menos de dos gramos, pero cargaba con la responsabilidad de evitar la extinción de una especie con un millón de años de historia. Esta es la vida del Solitario George de las ranas.
En el mundo científico, la verrugosa arlequín se llama Atelopus halihelos y, aunque es difícil imaginar que un sapo de la Amazonía pueda compartir alguna característica con la emblemática tortuga de las islas Galápagos, ambas tenían un lazo muy fuerte: se convirtieron en las últimas sobrevivientes de su especie.
La historia de esta rana no se ha difundido, como la del solitario de Galápagos, pero por varios años fue considerada la única esperanza para las Atelopus halihelos. A pesar de que no pudo tener descendencia, su caso aportó a que los investigadores intensificaran la búsqueda de otras de su especie y a que desarrollaran nuevas técnicas de reproducción en laboratorio.