El invento del transporte vertical, es decir, los elevadores, influyó en la fisonomía arquitectónica urbana y animó a elevar las edificaciones al cielo.
La necesidad de desplazar pesadas mercancías o facilitar la movilidad de las personas data de miles de años. Antes de que hubiera una cabina lo suficientemente segura para el desplazamiento vertical, los primeros intentos se valieron de poleas, cabrestantes o molinetes, operados con energía humana, animal, a vapor o hidráulica.
Una de las versiones más antiguas es que Arquímedes creó un prototipo con cuerdas y de operación manual en el año 236 a. C., mientras en la antigua Roma se usaron montacargas para trasladar fieras y gladiadores desde pisos subterráneos hasta la arena del coliseo.
