¿Por qué preferimos irnos a la cama con desconocidos y no con gente que nos ha querido y tal vez deseado toda la vida? Las respuestas son varias.

No sé si presencié esta escena o si S me la contó. “Tú y yo nunca vamos a tener sexo”, le dijo una amiga a S, “porque somos amigos”. S le respondió: “¿O sea que tú tienes sexo con el enemigo?”.
La voz de S volvió a mi mente años después. Era el momento de decidir con quién irme esa noche. La fiestita en el departamento de D se había puesto animada: habíamos pasado de besitos de tres a besitos de a cuatro. Esto, por supuesto, pasó antes de la covid, unos pocos meses antes. El mundo era casi la misma mierda que ahora, pero éramos un pequeño grupo de amigos y amigos de amigos, estábamos borrachos, solteros (o casi) y no había distancia social que nos sacara de la cabeza la posibilidad de darnos besitos de a cinco, cosa que, como se comprobó, era un lengüeteo sin sentido, sexi, asqueroso. Bailaba con H pero sabía que también podría darme besitos de a dos con X. H es mi colega hace años y X casi un desconocido. Estaba más o menos bien depilada y con el departamento aceptablemente limpio. En medio de la tormenta perfecta vino a mí la voz sabia y burlona de S. Y finalmente me decidí por H, porque es mi amigo.