
Logan Roy es un billonario de origen humilde. Durante su vida ha construido un verdadero imperio mediático, como Warren Buffett o Robert Murdoch, y ha obtenido el poder y la gloria sin reparar en detalles éticos. Roy ha mentido, chantajeado, burlado y quizás robado. Ha usado sus medios de comunicación para causas retorcidas y para vengarse de sus oponentes.
Pero Logan Roy está viejo. Ha cumplido ochenta años y está débil y enfermo. De entre sus cuatro hijos debería salir su sucesor; aquel que continúe con la senda de fama y fortuna, de capital y patrimonio. Pero cada uno de sus hijos es, en su propia medida, problemático, errático y, como él, escabroso y turbio.
Un nido de ratas: ese es el lugar donde sucede la serie original de HBO, Succession que lleva tres temporadas y es lujosamente filmada en varios lugares del mundo —Nueva York, Londres, Hungría, Italia—, con una fotografía extraordinaria y unos diálogos mordaces, que nos hacen ver que cada uno de los personajes no es, precisamente, un dechado de inteligencia, con excepción del brillante padre.