Aunque el mundo ya parecía plano, digitalizado e hiperconectado, es el acercamiento humano el que nos ha dado la resistencia necesaria y el coraje para permanecer juntos, uno al lado del otro, mientras todo esto no se termina de acabar.
Una de las mejores cosas de mi vida de adulta y de madre ha sido formar parte de un grupo de mujeres, también adultas y madres. Nos conocimos cuando nuestros hijos eran recién nacidos, coincidimos en un espacio dedicado a hablar de la crianza. Queríamos aprender a ser madres y no morir solas en el intento. Estuvimos juntas y de cuerpo presente con nuestras criaturas durante una buena temporada, y después mantuvimos nuestra amistad a través de un grupo de WhatsApp que es el espacio mágico en el que se puede hacer cualquier tipo de pregunta y recibir siempre de una a diez respuestas. Nuestros temas de conversación son múltiples, van desde la educación de los hijos, que ya tienen todos entre seis y nueve años; de la vida sentimental, de los trámites, de la salud, de la vida en general y en particular.
Hace poco tuve un llamado de atención sobre lo poco que sé sobre la administración del hogar en términos financieros. Han sido tiempos de mucho trabajo, pero de muy pocos ingresos, algo poco razonable a simple vista, pero lógico cuando te das cuenta de que el dinero es humo y se esfuma. Ese momento dramático de revisar los estados de cuentas, juntar facturas, retenciones, gastos para el mes más temido del año, ese en el que se declara el impuesto a la renta, y me doy cuenta que no entiendo nada de lo que ha sucedido con nuestras finanzas en todo el año anterior. Hemos salido del paso como hemos podido. Otro año y siempre al día sin saber cómo.
