
Decía Shakespeare, a través del famoso soliloquio de Hamlet, que esa es la cuestión, el gran dilema existencial en la vida del ser humano: la vida o la muerte. Ahora que estamos a las puertas del retorno a una especie de vida parecida a la que teníamos antes de la covid-19, me pregunto si quizá Shakespeare no estaba desvariando un poco.
Y eso que a Shakespeare la peste (no que la frase de Hamlet y la peste estuvieran vinculadas) le era totalmente familiar. Él vivió dos episodios de la peste muy letales en 1593 y en 1602, en los que murieron decenas de miles de personas y estaba refugiado en la ciudad de Londres, donde con certeza la plaga debió haber sido mucho más atroz que en los espacios rurales.
Especulo con irreverencia sobre el desvarío de Shakespeare porque es posible que exista un estado intermedio entre el ser y el no ser, y un ejemplo de ello podría ser aquello que hemos vivido en estos meses. El trastorno de la vida producto de la pandemia nos ha puesto a vivir una existencia privada de la mitad de nuestras vidas y con miedo constante, me refiero a la vida profesional y sus contactos diarios, a la vida social y sus encuentros diversos.