Por Ana Cristina Franco.
Ilustración: Luis Eduardo Toapanta.
Edición 435 - agosto 2018.
A veces mi mente regresa a esa casa. A esas mañanas felices en las que intentaba escribir por primera vez. Esa casa estaba decorada con cuadros de abuela, olía a tía, y tenía todo: lavadora, secadora, floreros, tenedores, mantelitos, alfombras, camas tendidas con sábanas limpias. Nosotras (mi amiga y yo) vivíamos ahí como quien vive en un hotel. No pagábamos arriendo y cada mes los servicios se pagaban solos.
