





Por Andrés Villalba
Un texto enmarañando, enmarihuanado que dialoga con una obra hermética. Estamos fregados. Primeras impresiones y emociones que suscitan la obra de Vinicio Bastidas. Son mandíbulas y trilobites en fondos blancos, negros, melancólicos. Secuencia de dentaduras en movimiento. Seguro hay una impronta enérgica de Antoni Tapies: simbolismo abstracto. Gama de austeridad cromática, colores fríos, terrosos, grises y muertos. Cabeza en alemán para principiantes. Colores gélidos, las ideas son insectos fumigados, las neuronas son trilobites, las ideas se solidifican, son la extensión del dramático invierno de Múnich donde vive Vinicio hace más de 13 años.
Noches en la congeladora, la nieve es parte de mi pecho. ¿Son abismos metafísicos, Vinicio? ¿Qué mismo son estos cuadritos, qué me dicen? No entiendo nada todavía. Alteración de la técnica y la figura que coquetea con lo abstracto. Rostros que no alcanzan su trazo. Letanía de sugerencias, esbozos, propuestas, puentes, no imágenes cerradas. Hasta la ironía es abstracta: hay animales que lloran cuando te pienso, los poodles también lloran, son perros pelucones al lado de un corazón peonza en una alcoba decimonónica. Esto se aproxima al surrealismo intelectual. ¿Surrealismo intelectual? ¿Qué significa eso? Es fácil, las preocupaciones de siempre, los problemas de cualquier individuo: enfermedad, muerte, soledad, dolor, sexo. Pero en la obra entra en juego la ambigüedad sexual en un proceso de parodia ad infinítum, el arribaje al doble travestismo. Son reescrituras como ocurre en literatura.