La carencia de grandes líderes y el auge populista amenazan con liquidar el proceso de integración

Las luces de los despachos de los jefes de gobierno permanecieron encendidas toda la noche, mientras las llamadas y las consultas iban y venían, con indignación, primero, y con desconcierto, después: “y ahora, ¿qué hacemos? Y es que lo ocurrido en Varsovia ese día, jueves 7 de octubre, no tenía precedentes en la historia de la Unión Europea. Era una rebelión frontal y brutal, porque demolía uno de los pilares fundamentales del proceso de integración política y económica más exitoso jamás emprendido: la primacía del derecho comunitario sobre el nacional. Era, jurídicamente, algo así como una declaración de guerra.
En efecto, el tribunal constitucional de Polonia había dictaminado que los artículos 1 y 19 del Tratado de la Unión Europea son inconstitucionales, tal como lo demandaba el gobierno nacionalista y populista del primer ministro Mateusz Morawiecki. No era tan sólo un tecnicismo jurídico, un asunto de abogados y leguleyos sin ninguna repercusión práctica. No. Todo lo contrario. Ese dictamen era un desprecio a la decisión expresa y voluntaria de los países comunitarios de supeditar sus leyes nacionales al derecho europeo, una decisión de la que dependen la cooperación leal, la asistencia mutua y el estado de derecho, que son las bases de una unidad que cobija a cuatrocientos cincuenta millones de personas, habitantes de veintisiete países con altos niveles de vida y con democracias impecables.