
Fernando Albán
En el Ecuador de hoy vivimos en un estado de guerra y de amenaza permanentes; esta situación de miedo y de alarma radica en que para la mayoría de las personas existir se reduce a la pura preocupación por la supervivencia. Lo público ha sido sistemáticamente secuestrado por bandos cuyos intereses se mantienen ocultos, invisibles, inconfesables. La suerte de las personas se dirime, con el aval de la ley y también de su puesta en suspenso, a sus espaldas en lugares inaccesibles.
El grado cero de la violencia que hemos alcanzado desnuda también el hecho de que gran parte del ejercicio del poder, de la violencia legítima y no legítima, es una puesta en escena: el despliegue policial y militar, las amenazas de bomba, las continuas declaraciones del estado de emergencia, los decretos que instan a los ciudadanos a portar armas, mediante los cuales el Estado renuncia a ejercer el monopolio de la violencia legítima.