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¡Oh maligno! Redescubriendo a Neruda

por Andrea Rojas Vásquez

Pablo Neruda despertó la fascinación en sus lectores y la reverencia de la crítica, pero también generó una retahíla de polémicas que versaron en torno a la negligencia de su paternidad, su ambición desmedida y sus contradicciones. Visto con detenimiento, el poeta es un monstruo de mil cabezas.

EN CONTRA

Una constelación salvaje

Loja, 2007. Las letras de Neruda formaban una constelación de papeles salvajes. En los muros de madera sucia, las palabras de Pablo brillaban, eran islas negras coronadas con pedacitos de cinta adhesiva. No. No era solo un libro deshojado y pegado en las paredes con gesto desprolijo y mano ágil; era la sed irracional por la lectura y la escritura que balbuceaba con persistencia en mi cabeza. “Yo sueño con ser escritora”, le dije a mi hermano mayor, mientras jugábamos con las manos mojadas en el lavaplatos. Se echó a reír mostrando las encías y una fila de dientes color chicle. “Tarada. Vos, a los quince ya has de estar embarazada”. Enfurecí. Ahogué la mano en el agua e hice un puño que imaginé idéntico al tamaño de mi corazón. Apreté más los dedos. Estaba decidida. Sería escritora, contra toda adversidad, lo intentaría, y la figura de Neruda sería una de las primeras piedras a las que tanto me abrazaría.

Neruda matrimonio
Pablo Neruda y Maruca Hagenaar (1930). Fotografía: Wikipedia.org

No creía en Dios, pero reescribir con esfero Bic azul los versos de Neruda en las paredes me hacía pensar en la divinidad de las palabras, capaces de reverenciar no solo el amor sino el mundo; y al mismo tiempo, en que hay cosas que, por mucho que se quiera, no pueden trasladarse al lenguaje. ¿Han tenido catorce años y experimentado, con la misma fiebre, la derrota y la esperanza? Crecí pensando que era una inútil, pero, al menos, escribir era hundir los dedos en azúcar y lamerme. Era una niña enloquecida de poesía, y este hombre, hijo de obrero ferroviario y maestra de escuela; este Pablo, quien, en verdad se llamaba Neftalí Reyes, me mostraba una impresionante capacidad de celebración, un testimonio solemne del vínculo del ser humano y la naturaleza. Pedro Gutiérrez lo tenía claro cuando, en 2013, decía que en Neruda “la poesía no reside en la cabeza, sino que sube por los pies absorbiendo las fuerzas misteriosas de la naturaleza”. Neruda no era mi dios, pero casi.

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Autor

Acerca de Andrea Rojas Vásquez

Escritora, Tcnlga. Agroindustrial y gestora cultural. Premio Nacional de Poesía Ileana Espinel Cedeño (2021). Autora de la plaquette Ay mi conejito era tan picarón en ritmo de raro adagio (Y punto, Loja, 2018), Matar a un conejo (El Quirófano, Guayaquil, 2020), Llévame a casa, por favor. (Libero Editorial, España, 2022) y Furia (Editorial Ruido Blanco, Quito, 2023). Actualmente estudia Lengua y Literatura en la UTPL y es freelance en trabajos editoriales. Ama a: una sábila bebé, una Almendra del Mar y un Gatito Bigotes.
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