Los casos de profesores jubilados que mueren de inanición en Venezuela conmovieron a todo el país. Sus jubilaciones no alcanzan para comer. No han podido migrar y viven un calvario, empeorado por la dolarización informal.
Su hija había emigrado años antes, ni bien se casó. Sus hermanos lo hicieron después, uno tras otro, y se fueron a vivir a México, Estados Unidos, España. Ella se quedó: aún tenía música que componer, libros que editar, niños en quienes sembrar sonidos y cosechar sensibilidad musical. Pero, sobre todo, tenía a su hijo, adulto pero dependiente de ella.
En Venezuela se dice, acerca de esto de irse del país, que no todo el que quiere puede ni todo el que puede quiere. En eso vino la pandemia de la covid-19 y se contagió. Desarrolló neumonía. Debía ir a un hospital, pero no había camas y las pésimas condiciones de atención hospitalaria la recluyeron en su casa. No resistió y falleció en brazos de su hijo, en el ascensor del edificio en el que residía en Los Palos Grandes.
