Por Ana Cristina Franco.
Ilustración: Luis Eduardo Toapanta.
Edición 463-Diciembre 2020.
Nuestra casa de campo parece un juguete. Nos mudamos aquí en plena pandemia, huyendo de una ciudad que amo pero que ya no existe. ¿Quién quiere salir a tomar un café con mascarilla? Preferimos dar un salto abismal y admirar la pasividad de las vacas. Lucas necesita naturaleza, es su derecho. El Mario quiere sembrar. Yo quiero una experiencia.
La casa es pequeña, rústica. No de acabados de madera estilo Tumbaco o Cumbayá, no. Es realmente sencilla, el alquiler es absurdamente barato. Eso sí, está rodeada de césped, tierra, e incluso hay vacas pastando en nuestro patio.
