“Quizás Dios me ha hecho un pintor para gente que aún no nace”, confiesa Vincent Van Gogh en este filme de 2018. Y tiene toda la razón. A pesar de su inmensa fama actual, durante su atormentada vida, Van Gogh nunca fue apreciado —excepto, quizás, por Paul Gauguin—, y sus pinturas eran consideradas como productos de segunda clase.
Esa poca empatía de la gente hacia Van Gogh, esa pobreza material en la que vivía durante sus últimos años, forman una de las premisas de esta bella película dirigida por Julian Schnabel y protagonizada por Willem Dafoe.

Otra corresponde a la delgada línea existente entre los momentos de profunda perturbación mental del pintor, y otros de gran lucidez. En esa tensión, que se evidencia en sus estancias en Arles, en una clínica para pacientes con enfermedades mentales en San Remy, ambas en el sur de Francia, y en Auvers, cerca de París, durante los dos últimos años de su vida, está el sustento del filme.