Fotografía: Amaury Martínez.
Edición 462 – noviembre 2020.

Fue el tercer vicepresidente del Gobierno que un año y medio atrás —elecciones de por medio, eso sí— había dejado instalado el caudillo que gobernó el país en los diez años anteriores, hoy, un prófugo de la justicia. Cuando fue posicionado, vía Asamblea Nacional, el recién llegado al grupo era también un recién llegado a la política. Con él en el equipo, se consolidaba el giro que había tomado el Gobierno del presidente Lenín Moreno. Hacia el sector empresarial, más que hacia una ideología política de derecha. Él era —es— un empresario, miembro de una familia con inversiones en el sector agrícola, de la comunicación, la construcción, el turismo y es yerno del mayor exportador de camarón del Ecuador. Guayaquileño, economista. Un rostro joven. Tenía entonces 35 años. Un rostro nuevo. Diecinueve meses después, aquella figura emergente, Otto Sonnenholzner Sper, renunció a la Vicepresidencia en medio de un intercambio de expresiones de gratitud con Moreno, de especulaciones sobre las intenciones políticas de su salida en un escenario previo a una campaña por la Presidencia, de críticas de los seguidores de aquel caudillo prófugo, y de cuestionamientos de otros sobre las acciones, omisiones, expresiones y silencios de quien recibió el encargo de manejar el diálogo social nacional, la agenda sobre desarrollo sostenible, atraer la inversión extranjera, coordinar una nueva estructura administrativa del Estado y manejar la emergencia por la pandemia del nuevo coronavirus. Sobre sus resultados. Había dejado de ser el nuevo del barrio. Entrar y transitar por aquella función estatal lo convirtió en un sujeto político objeto del escrutinio público. Él exalta su gestión. Critica las críticas de quienes lo critican. Tiende a hablar de sí mismo. El autoelogio forma parte —consciente o no, intencional o no— de su discurso. Al marcharse, calificó su servicio, además de honesto y de tener otras cualidades, de “sacrificado”.