Osvaldo Bayer tiene casi 90 años y todavía pregona por la libertad en sus textos o encabezando campañas a favor de los pueblos originarios. Es militante del anarco-pacifismo y, si quiere saber lo que eso significa, y lo que significa ser Osvaldo Bayer, sea bienvenido a esta nota.
Por Javier Sinay
Una noche de 1969, Osvaldo Bayer, miembro del concejo editorial del diario Clarín, abandonó la sala de redacción muy tarde como era su costumbre y caminó las cinco cuadras que separan la calle Tacuarí, donde estaban las oficinas del periódico, hasta la imponente estación Constitución para tomar el tren subterráneo. Llegó echando su aliento congelado por la boca: en invierno, una temporada que llega al país austral en junio, la madrugada helaba. En los túneles del subsuelo un grupo de niños vagabundos se acurrucaban entre sí, contra las paredes, y dormían abrigados por su propio calor. Allí podían pasar las horas más frías, pero no siempre: José Pedutto, guardia de la estación, solía correrlos y esa noche en la que Osvaldo Bayer se asomaba por el andén preguntándose cuándo llegaría el próximo tren, estaba por hacerlo de nuevo. “¡Negros de mierda!”, les gritó, tomándolos de las solapas de sus sacos roídos, “¡váyanse de acá!”. Los niños huyeron como una bandada de pájaros. Osvaldo Bayer también corrió: “¡Periodista!”, sorprendió a Pedutto, con su credencial en la mano.
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Para este hombre el periodismo es una forma de equilibrar la sociedad: un arma para defender a ciudadanos abandonados al antojo de los más poderosos. En los sesenta, Bayer formaba parte del sindicato de prensa argentino —había sido elegido secretario general en 1959— y escribía casi todos los artículos del diario anarquista La Protesta: fundado en 1897, vocero de gran tiraje de la izquierda extrema hasta que en la década de 1940 el peronismo cooptó bajo su ala populista a buena parte de los militantes socialistas y anarquistas, y en consecuencia dejó a La Protesta con una circulación reducida. En esa época, los anarquistas visitaban a Bayer en Clarín y ahí mismo, sin importar que el diario de mayor circulación de Argentina hablara casi siempre desde un desarrollismo nacional y a veces desde cierto conservadurismo liberal, definían los contenidos.
Hoy, Bayer sigue leyendo La Protesta, pero solo cuando la consigue en algún kiosco del centro de Buenos Aires; el periódico anarquista se publica con una tirada mínima y, si llega a mil ejemplares, es un milagro. Cada mañana, en cambio, elige “uno de los diarios que dicen que está todo bien, como Página 12, y uno de los que dicen que está todo mal, como Clarín”. Clarín es el diario más vendido de Argentina y un actor de poder en sí mismo incluso después del enfrentamiento abierto contra el Gobierno de Néstor Kirchner en 2003. Por su parte, Página 12, fundado en 1987 por Jorge Lanata, Osvaldo Soriano, Juan Gelman y otros intelectuales entusiasmados con la primavera democrática argentina, es ahora un medio oficialista que aún se permite columnas de denuncia y reflexiones políticas más o menos urgentes como las de Bayer, que escribe las contratapas desde hace veinticuatro años. “El periodista levanta las sábanas de la humanidad para conocer a fondo al ser humano. Y yo me la he pasado investigando, porque esta profesión te invita a buscar las causas de todo, de modo que muchos años de periodismo conducen a la sabiduría”.
Osvaldo Bayer tiene 88 años y se define como un anarco-pacifista, una rareza de otra época, en un país convulsionado por las idas y vueltas del peronismo. Su barba frondosa, blanquísima, y la claridad de su mirada, evocan la presencia sólida que tienen los filósofos alemanes en los daguerrotipos del siglo XIX. Y sí, tiene sangre alemana, pero nació en Santa Fe, una provincia en el centro-este del país. Bayer estudió Historia en la Universidad de Hamburgo entre 1952 y 1956 y, de vuelta en Argentina, en 1958, fundó el diario La Chispa en Esquel, una pequeña ciudad en la provincia patagónica de Chubut. Sus artículos, de tinte político y antipatronal, lograron que la Gendarmería lo expulsara del pueblo, empujándolo con el cañón de una pistola. Cuando regresó a Buenos Aires para instalarse en la capital, fue secretario general del Sindicato de Prensa entre 1959 y 1962.
En 1970 publicó Severino Di Giovanni, el idealista de la violencia, la biografía de un líder anarquista fusilado en 1931. Mientras vivía en la Patagonia, Bayer se había comprometido con la historia de 1 500 obreros huelguistas fusilados en 1921 y sobre ellos publicó entre 1972 y 1975 los cuatro tomos del libro Los vengadores de la Patagonia trágica, compuesto por fuentes bibliografías y testimoniales. Antes de que el último volumen fuera publicado, los demás fueron adaptados al cine y estrenados como La Patagonia rebelde, una película dirigida por Héctor Olivera (director de La noche de los lápices, un clásico del cine de drama político argentino). La película, cuyo guion escribió el propio Bayer, ganó el Oso de Plata en el Festival Internacional de Cine de Berlín en 1974. Un año después, tras la muerte de Juan Domingo Perón, cuando el país se sumía en el caos político y económico y las brigadas parapoliciales presagiaban la represión de la dictadura que comenzaría en 1976, Bayer, amenazado, se exilió en la misma Berlín.
A su regreso, en 1983, se convirtió en uno de los intelectuales más cercanos a las Madres de Plaza de Mayo y marchó a su lado reclamando justicia. En 1999, cuando abrieron un café-librería en esa suerte de núcleo cultural y político que es la Casa de las Madres en el centro de Buenos Aires, a tres cuadras del congreso, a unos cuantos pasos de la emblemática Avenida de Mayo, lo llamaron Café literario Osvaldo Bayer y León Gieco cantó en su inauguración. “Un día, hablando con unos jóvenes, dijimos: ‘Qué lindo poner una librería’”, explicó en 2002 Hebe de Bonafini, líder de las Madres de Plaza de Mayo. “El café literario y librería Osvaldo Bayer fue el primer hijo que las Madres parimos con el tema de la educación. Ahí vimos los primeros seminarios colmados de gente, y nos dijimos: ‘Qué bárbaro, cuánta gente viene, con ganas de discutir’”. A Bayer, un tipo de reconocida humildad, no le quedó más remedio que dejarse agasajar.
Durante la década de 1990 y el naciente siglo XXI, escribió más contratapas, artículos, libros de ensayo, y fue docente en la Universidad de Buenos Aires, donde en 1994 fue nombrado profesor titular de la cátedra de derechos humanos de la Facultad de Filosofía y Letras. En 2001, a los 72 años de edad, publicó su primera y única novela, Rainer y Minou, una historia de amor entre el hijo de un alto mando de la SS y una joven judeo-alemana que llega a Argentina escapando del nazismo. En diciembre de 2003, fue designado Ciudadano Ilustre de Buenos Aires y quince días después el Congreso lo proclamó “persona no grata para el Senado”, por haber presentado un proyecto, como ciudadano, para unir las dos Patagonias, la argentina y la chilena, en un primer paso hacia un Mercado Común Latinoamericano. “Desde ese momento soporto los dos títulos. Realidades argentinas”, escribió en un artículo publicado en Página 12 en junio de 2007. En 2008 colaboró en el guion de Awka Liwen, una película sobre la distribución de la riqueza argentina y los reclamos de la comunidad indígena mapuche sobre las tierras que alguna vez le pertenecieron. Y en algún momento, mientras todo esto ocurría, decidió colgar un cartel en la puerta de su casa, un departamento que da a la calle, bastante sencillo pero rodeado por casas y edificios relumbrantes en el barrio de Belgrano. El cartel tiene un firulete pintado a mano que dice: El Tugurio.
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Volviendo a Pedutto en el subte, aquel periodista que pretendía llegar a su casa y se topó con la injusticia seguía indignado: “¡Usted no puede hacerles eso! Si tuviera un problema debería haber llamado para que alguien los llevara a un refugio, pero no puede pegarle así a los niños”, le dijo al guardia. “¡¿Qué carajo te metés vos?!”, contraatacó el otro. “Entonces miré en su uniforme y vi su nombre. No podría olvidarlo: Pedutto… hasta el día de hoy lo recuerdo”, sonríe Bayer. “Al día siguiente escribí la contratapa de Clarín con esa historia. Y cuando se publicó me llamó a su oficina Oscar Camilión, el mismo que después fue ministro de Relaciones Exteriores de la dictadura militar y ministro de Defensa de Carlos Menem en la década de 1990, y que en esa época estaba como asesor empresarial en Clarín. ‘¿Cómo pudo usted escribir esa nota?’, me dijo. ‘¿Usted no sabe que Subterráneos de Buenos Aires es una de las empresas que más avisos pone en el diario? ¡Váyase de acá y nunca más lo haga!’. Cada vez que recuerdo ese episodio me siento muy feliz de haber defendido a un niño y de haber sido reprobado por un hombre que sería miembro de la dictadura”.
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