
Nos pasa a todos, todos los días. Y le pasó también, hace poquito, al español Pedro Almodóvar con el cartel de Madres paralelas. Sobre el fondo rojo del primer póster promocional de esa película destacaba, en primer plano y enmarcado en la silueta de algo que podría ser un ojo, el pezón en blanco y negro de una mujer, con una gota de leche materna a punto de caer. El cartel fue publicado en redes sociales el 9 de agosto, se viralizó en poco tiempo y fue censurado, en poco tiempo también, por Instagram, porque, según explicaron después los responsables de la plataforma propiedad de Facebook Inc y dirigida a los jóvenes, violaba su política sobre la desnudez.
Reclamaron el autor del cartel, Javier Jaén, la productora del filme, El Deseo, el propio Almodóvar… y un montón de gente más en las redes digitales. Instagram se disculpó mediante un comunicado, en el que básicamente reconoció la esencia artística del pezón lácteo —solo de ese pezón—, y restituyó sin más los posts que había borrado. Almodóvar lo celebró con otro comunicado, que se publicó también en redes sociales, y en el que decía: “Habéis conseguido que las mentes que hay detrás del algoritmo que decide qué es o no es obsceno y ofensivo hayan dado marcha atrás y permitan que el cartel circule libremente (...). Hay que estar alerta antes de que las máquinas decidan qué podemos hacer y qué no podemos hacer (...). Por mucha información que posea el algoritmo nunca tendrá corazón ni sentido común. Mil gracias a todos, de nuevo. Ojalá la película esté a la altura de vuestras expectativas”.

Para la plataforma social, en la que si hay algo que se exhiben son cuerpos, el pezón con el que una mujer da de lactar había resultado ofensivo. Y eso, como es lógico, reavivó el debate sobre el cuerpo femenino y la sociedad machista en que vivimos. Por otro lado, recordó que en los entornos digitales donde nos movemos miles de millones, todos los días, el que decide —y el que cancela, en este caso— no es directamente un humano. Les decimos algoritmos porque es la palabra que hemos escuchado de las industrias y plataformas digitales. Y hay cientos, miles de ellos, interactuando a cada segundo con los humanos. ¿Sabemos hasta qué punto son capaces de orientar nuestras acciones dentro y fuera de la pantalla? ¿Somos conscientes de que algunas de nuestras decisiones podrían no ser tan nuestras, sino motivadas?