
Todo empezó con una broma. En efecto, Ludvik Jahn le envía a una amiga una postal en la que, burlándose de la propaganda en los países socialistas, que presenta situaciones fantasiosas de felicidad y prosperidad cuando en realidad lo que abundan son privaciones, pobrezas y opresiones, escribe una frase —parodiando a Marx— que le parece inofensiva y graciosa: “El optimismo es el opio de los pueblos”. Pero, con la policía secreta custodiándolo todo, la postal cae en manos de las autoridades. Y la vida cambia para Ludvik Jahn.
Detenido e interrogado, Jahn asegura que sólo quiso hacer un chiste, que no es un contrarrevolucionario ni un enemigo del proletariado y que incluso —por si algo faltara para demostrar su lealtad rotunda— es afiliado al Partido Comunista. Reconoce, además, que su broma fue de mal gusto y promete que nunca más intentará hacerse el chistoso. Pero los agentes, fruncidos y agrios, cierran la discusión con una prueba irrefutable de la traición y la infamia de Jahn: “¡Usted incluso menciona a Trotsky…!”.

El drama de Ludvik Jahn es el argumento de La broma, la novela de Milan Kundera que hizo de él un autor imprescindible, que terminaría huyendo de su país, Checoslovaquia, y refugiándose en Francia. Pero lo que en la ficción le sucedió a Jahn ocurría todos los días en la realidad de los países de la órbita soviética, a los que Leonid Brézhnev controlaba desde Moscú con puño de hierro y métodos estalinistas. Después de su broma ingenua, toda la vida de Jahn se convierte en una broma trágica, de la que no consigue escapar.