
Es posible leer un poema escrito en 1919 en el contexto de la fuerza que tiene la opinión pública ahora, en la era de las redes sociales. Un fragmento de la primera traducción que encontré en internet de “The Second Coming”, el poema del irlandés William Butler Yeats, que dice: “Todo se desploma; el centro no resiste;/ la anarquía pura se desata sobre el mundo,/ Oscurecida por la sangre, la marea se desata y en todos lados/ el ritual de la inocencia muere ahogado;/ a los mejores les falta convicción, a los peores/ les sobra intensidad apasionada”.
El malestar en 2023 tiene que ver, en parte, con la presunción de que no pronunciarse en redes sociales sobre los temas coyunturales equivale a no pronunciarse, punto. Para muchos de nosotros que nos dedicamos a la docencia, esto resulta desconcertante porque durante años hemos usado las aulas como espacios de debate, reflexión, digresiones e incluso disparates; casi siempre en aras de una mejor convivencia y el estudio constante de fenómenos por encima de posturas indiscutibles. A pesar de que muchas clases ahora son grabadas, la presión silenciosa de tener que sacar comunicados públicos crece y crece.
Las clases son doblemente pertinentes como ejemplo de lo que trato de decir porque, además de ser espacios de pronunciamientos flexibles a diario, son espacios de escucha. Como docente, uno escucha. Un buena docente, además, permite que los que se luzcan sean los propios estudiantes. Escuchar un debate sobre un tema dentro de un par de paralelos de una universidad puede brindar un mejor panorama de cómo se piensa ahí que un comunicado público, firmado por “La Institución”, recortado para caber en el formato cuadrado de Instagram, y compartido, como obituario, cien mil veces.