
Lucas, mi hijo de cuatro años, vive su propio tiempo.
Le encanta repetir la versión de Star Wars que ha construido a partir de leyendas que le cuenta su papá y fragmentos de película. Mi hijo quiere hablar todo el tiempo e interrumpe a los adultos que quieren hablar del clima, del gobierno, del cine.
A los adultos, grupo al que, aunque no quiera, pertenezco, nos importa mucho comer, sacar un préstamo o hacer listas en cuadernos. A los niños no les importan las listas ni el dinero, tampoco les interesa mucho comer, a menos que sea un pancito con manjar o un helado. ¿Por qué pensarían en comer cuando hay una guerra galáctica en sus cabezas?