
Daniel Lofredo llegó al café Mediaagua con un disco de vinilo en sus manos. La cubierta era de color amarillo intenso, casi naranja. Éramos pocos y nos sentamos al aire libre bajo la luz tenue de unos foquitos que iluminaban un corredor con enredaderas de jazmines. A corta distancia se escuchaba una de las canciones del disco que trajo Daniel, “Cansados pies corazón mío”, una tonada del dúo Mendoza-Ortiz. Una melodía tan agridulce que me dolió la piel. Etérea y llena de todos nuestros pasados, se disolvía en el aire como un suave susurro, un secreto del tiempo.
Y ahí nos contó, con cierta timidez, pero con la seguridad y el orgullo que le da el ser dueño de una historia fascinante. El disco es el primer volumen de una recopilación de las cintas que encontró en la oficina de su abuelo, Carlos Rota, cuando murió en 2014. Pensé en la fuerza de los objetos de nuestros abuelos, en ese magnetismo insondable que cruza generaciones y nos conduce a destinos inesperados.
Daniel sostenía el disco como quien sostiene a una criatura viva, frágil y hermosa, que está abriéndose al universo para dar sus primeros pasos. El título del vinilo, The Paths of Pain (Los senderos del dolor), parece el epítome de la historia de la condición humana. Sin embargo, aquellos mismos senderos pueden conducir al lugar de lo sublime, a lo que nace detrás de lo incomprensible y lo inaceptable.