
Libertad, así, con mayúscula, pues sus padres le pusieron este segundo nombre quizás como una premonición que el tiempo se encargó de cumplir, ya que esta defensora de los derechos humanos no ha hecho más que pelear por eso: por una sociedad libre de violencia y de desigualdad. Aun luego de renunciar a la presidencia y vocería de la Comisión de Diálogo Penitenciario y Pacificación, creada por el Gobierno a raíz de las revueltas que dejaron en jaque al sistema carcelario en el Ecuador, su lucha sigue más viva que nunca.
Nació en plena Segunda Guerra Mundial y su padre, Juan Carlos Curbelo, no dudó en bautizarla con dos nombres que significaban mucho para él: Nelsa, por el acorazado inglés Nelson y el héroe naval británico Horatio Nelson; y Libertad, porque lo que más anhelaba era la caída de Hitler. Dos nombres que evocan la guerra y la paz.
Dos nombres que reflejan fielmente la causa que ha motivado su labor como defensora de los derechos humanos y que también remarcan una dualidad y una contradicción, algo que no ha faltado en su vida considerando que cultivó una vocación religiosa en medio de un ambiente familiar ateísta; que en su etapa de formación espiritual siempre hizo prevalecer sus conceptos particulares de Dios más allá del dogma; o que cuando estaba a punto de ordenarse de manera definitiva, al final terminó por dejar los hábitos para dedicarse a trabajar de cerca con las comunidades, pues entendió que ese era su verdadero llamado.