Por: Miguel Ángel Vicente de Vera
Fotografías: Shutterstock
Edición 457 - Junio 2020.
El Ecuador es un país donde la ayahuasca se consume desde tiempos inmemoriales como método de sanación del alma

“Anoche eras príncipe con zafiro en la frente y capa dorada. Te acercaste a oscuridad. Dudaste, pero luz de corazón iluminó camino”, me dijo el chamán kichwa a la mañana siguiente de la ceremonia de ayahuasca. Por mi parte tengo que decir que no vi zafiros ni capas, pero sí un frenético torrente de luces de colores.
Avanzamos en un polvoriento taxi amarillo, por una carretera de la Amazonía ecuatoriana, en busca de un centro de ayahuasca. La única información que disponemos es un número de kilómetro en la carretera, y la verdad, las señales brillan por su ausencia. Cuando casi hemos perdido la esperanza, mi amigo David, periodista también, atisba un minúsculo cartel de madera entre la frondosa vegetación que indica el lugar. Le pedimos al taxista que frene en seco y siga por el desvío.