





El prejuicio frente a la tecnología, como todos los prejuicios, enmascara una ignorancia atrevida. De cuántas maravillas nos perdemos por considerar que únicamente la experiencia presencial merece ser llamada experiencia y por creer que el mundo virtual es un mundo en tonos menores. Dice el maravilloso escritor Arthur C. Clarke que “cualquier tecnología lo suficientemente avanzada es indistinguible de la magia”. Así que escriban en el buscador de su computadora “visita virtual al Museo del Prado” y verán que es como decir “Abracadabra”.
1 Los nostálgicos podríamos decir —y diremos— que nada que se realice virtualmente se acercará jamás a la experiencia física y sensorial, al cara a cara, al vértigo de la vida frente a la vida. Nos subiremos al púlpito a gritar: “Amantes de la tecnología: imaginen hacer el amor envueltos en papel de aluminio o abrazar a través del hielo. Eso les hace la pantalla de una computadora a la hora de establecer relaciones con el otro”.
Pero los nostálgicos muchas veces pagamos la lengua y entonces la tecnología nos hace caer de rodillas frente a la pantalla. Conectarse para creer. El éxtasis, a veces, viaja en fibra óptica.