Las personas que abandonan este mundo antes que nosotros, las que se adelantan, nos dejan un vacío que cada uno llena como puede. Este testimonio va sobre eso, la paz de los vivos.

Mi abuelo murió en 2017, un año después, en 2018, murió mi suegro. Desde entonces la muerte rondaba a nuestra familia, y luego vino la pandemia. En estos últimos dos años hemos encarado a la muerte en una especie de aprendizaje intensivo. Tenemos, como raza humana, un duelo continuo que, poscovid-19, sigue cobrando víctimas y dejando heridas que cicatrizan y dejan huellas en el cuerpo. Dentro y fuera del cuerpo.
Esta larga racha de pérdidas me ha encontrado frente al computador con un documento de Word abierto y en blanco, salvo por el nombre del archivo: “Instrucciones por si me muero”.