EDICIÓN 486
La familia estaba desconcertada: Mikail Gorbachov había muerto ya dos días antes, el 30 de agosto, y todavía no estaba claro dónde sería sepultado y, sobre todo, con qué tipo de ceremonia. Como presidente que había sido de la Unión Soviética le correspondía un funeral de Estado y una tumba junto a las murallas del Kremlin y el mausoleo de Lenin. Pero el gobierno no decía nada: quería que fueran evidentes su hermetismo y su indiferencia.
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