Líbranos señor de encontrarnos, años después, con nuestros grandes amores”.
Amor

Marina Abramovic (Belgrado, Yugoslavia, 1946) me empezó a interesar por el famosísimo video de esa performance suya durante la retrospectiva de su obra en el MoMA de Nueva York, en 2010. Alrededor de cincuenta videos y fotografías de sus performances más importantes, ella se sentó durante horas al otro lado de una mesa con una silla vacía para que la ocupara cualquier extraño o extraña durante un minuto. Marina, con la cabeza agachada mientras las personas se sentaban, la levantaba y los miraba uno a uno a los ojos con esa cara suya tan particular, hierática, tanta nariz, tanto color cera, tanto enigma.
Algunos lloraron, otros rieron, otros se levantaron como vinieron.
Ese día, vestida de rojo como una gran gota de sangre que se derrama al suelo, las manos en el regazo y una trenza acurrucada en el hombro, una sucesión de desconocidos se sentó frente a la artista.
Se miraron. Se levantaron. Se miraron. Se levantaron.
Marina les sostuvo la mirada y no movió una ceja, pálida e imperturbable como una muñeca grande.
Entonces un hombre vestido de negro con zapatos deportivos se sentó frente a ella. Al levantar la cabeza, Marina Abramovic se encontró cara a cara con el fotógrafo y artista Uwe Laysiepen, más conocido como Ulay, con quien compartió vida y profesión.