Por *Fernando Arturo Muñoz Pace.

El viernes 26 de abril de 1991, Diego Maradona conoció el infierno. Por primera vez. La Policía Federal Argentina se lo llevaba detenido por posesión de cocaína de un apartamento del barrio porteño de Caballito. Una multitud colmaba las veredas. Saltaba y gritaba al compás de un “¡Maradó!, ¡Maradó!”. La mayoría eran adolescentes que habían salido de un colegio de las cercanías. Adolescentes casi tan rebeldes como el ídolo al que apoyaban a pesar de todo.
Maradona llevó una vida carcomida por la droga, llena de contradicciones y marcada por un eje: la rebeldía típica de un adolescente. En este caso, típica de alguien que nació en un barrio muy humilde de la Argentina y que conquistó el mundo con sus goles inolvidables, como el que le hizo a los ingleses en el Mundial de 1986. En realidad, dos: uno con la famosa “Mano de Dios”.