Respaldar lo que se dice. Como el respaldo de un sillón que no se usa por estar sentado al borde del asiento, sintiendo una leve presión en la espalda. Una molestia que asiente y dice: “confía”. Es terrible, pero ese pequeño dolor, indeseado y sin justificación, ahí abajo y detrás, va a ser lo que nos salve a la larga. No el cuerpo caliente por el que uno se ruboriza a la mañana siguiente. El que olía a salvación sobre la superficie. El cuerpo colmado al que se accede desde la desconfianza y el descontrol. El que se contempla como si fuera un horizonte giratorio. Estrías estirándose por la curva de las nalgas. Un recoveco simpático en la cintura. Huellas dactilares alrededor del mito. El deseo conduce al final del deseo.
Confiar en la vida.
Que no hay nada más pasajero.
