Fotografías: Eduardo León.
Edición 431 – abril 2018.
La primera vez que Laia preguntó por su papá tenía dos años. Carolina, su madre, recuerda que le explicó que cuando la buscaba no tenía un papá a su lado para concebirla y por eso la ayudaron, en una clínica, unos médicos. Jamás fue un tabú hablar de su origen ni dentro ni fuera del piso de Madrid que comparten con un gato adoptado llamado Golbert. Ahora que la niña tiene seis años y todo lo hace por sí misma, aunque su madre tiene que repetir las cosas 500 veces, están empezando a hablar de la donación anónima de esperma. No es una conversación de todos los días, pero Laia tiene claro que hubo “un chico que ayudó a mamá”.
Carolina de Dobrzysnki estuvo casada algunos años, en Buenos Aires, su ciudad natal, pero los hijos no llegaron y se separó poco antes de migrar a España con el deseo de ser madre en la maleta. Pero tuvo que aplacarlo mientras lidiaba con trabajos itinerantes, papeles de residencia y trabajo, filas, burocracia… todo lo que conlleva ser migrante. No volvió a pensar en la maternidad hasta que estuvo perfectamente instalada en Madrid; para entonces gerenciaba los procesos de marketing en una empresa de comunicación y había firmado una hipoteca. Con sus pelos eléctricos de color rojo, su paso ligero y su gracia natural, era una especie de Jo March moderna, una de las Mujercitas. Como no quería esperar por una pareja, acudió a la fecundación asistida, con 44 años. No fue sencillo. Tuvo que esperar hasta tener donantes que guardaran sus características físicas. La ley española obliga a que el equipo médico procure garantizar la mayor similitud fenotípica e inmunológica posible con la mujer receptora.
Hubo dos intentos fallidos y Carolina dejó pasar un tiempo antes del tercero. Sabía que iba a ser el último, no quería más duelos, no quería maldecir más al mundo. Cada vez que recibía un resultado negativo rompía en llanto, allí donde estuviera. Alguna vez fue en el trabajo, sin que nadie supiera el porqué de su dolor.
—¿Cómo aceptamos la muerte, la no creación de algo? Con dolor. Las veces que yo no quedaba embarazada sentía que el mundo era una mierda —dice Carolina.
La buena noticia llegó en el verano de 2010, cuando arrancaba el Mundial de Fútbol de Sudáfrica que terminaría ganando España. Su teléfono sonó cuando estaba en un bar, viendo el debut de la selección española, salió a la calle para escuchar mejor y recuerda que cuando le dijeron que el resultado de su último examen había sido positivo gritó como si celebrara un gol.
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Las preguntas de terceros por el padre de Laia suelen ser sutiles. “¿No viene el padre a buscarla al cole?”, es una de ellas. Antes ella respondía que era madre soltera, pero eso dejaba la puerta abierta para que pensaran que alguna vez hubo un padre y que quizá se desentendió de la crianza. Ahora es más frontal. “No hay padre porque somos una familia monoparental”, responde. No está sola, en España son casi dos millones de familias (el 11% del total), que han optado por la maternidad en solitario, ya sea mediante adopción o por las técnicas de reproducción asistida. Esto es cada vez más evidente en el pequeño universo de Laia: en su escuela, entre 900 alumnos, hay por lo menos diez niños con un solo padre. En España, además, hay famosas que se han apuntado a esta forma de maternidad y de alguna manera han ayudado a la normalidad. Una de ellas es la actriz Mónica Cruz, la hermana de Penélope, que tampoco esperó tener una pareja para concebir a su hija.
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Las hermanas mayores de Carolina, en Argentina, fueron las primeras en recibir la feliz noticia. Ambas habían seguido el proceso a la distancia y celebraron tanto como antes habían lamentado los intentos fallidos. Luego Carolina hizo un Skype con su madre, de 80 y tantos años, para contarle de su embarazo.
—Mamá, ¿te acordás del Espíritu Santo, que por obra y gracia embarazó a María? Bueno, yo también estoy embarazada, pero por obra y gracia de la ciencia.
—¿Y qué te respondió?
—Hiciste muy bien, hija.
Laia nació mediante cesárea el 5 de marzo, a las cinco de la mañana. Sus tías llegaron desde Argentina a tiempo para sostenerla en sus brazos y dejar que su hermana descansara de las horas de lactancia. De esos días queda un email colectivo que Carolina envió a sus amigos para explicar su ausencia: “En estas primeras horas esta personita no me deja un solo minuto para que no haga otra cosa que dedicarme a ella, por eso por ahora solo serán unas líneas, un gracias a todos por estar siempre y una vez más a mi lado”.
Pero llegó el momento en el que las visitas se marcharon y Carolina se convirtió en el único adulto de la casa, en la única persona que podía sostener al bebé. Fue un tiempo difícil.
—¿Qué fue lo más duro, para lo que menos estabas preparada?
—En el primer año de vida de un bebé es habitual que tengan virus y vomiten. Tenés primero que cuidar al bebé y luego ir a limpiar todo. Esta es una escena patética, de madrugada, espantosa. En una situación de dos adultos en casa, uno limpia todo y otro cuida al bebé. También pasa al revés, que vos te ponés enferma, estás en la cama y no podés con tu alma y tenés que sostener a un bebé que ni siquiera camina y lo hacés.
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