
Ha dado varias veces la vuelta al mundo y, entre misiones y comisiones, ha trabajado en todos los temas difíciles de las relaciones internacionales. Su oficio, el de diplomático, lo ejerce con pasión y dedicación desde hace “cuarentitantos años”, a lo largo de los cuales se ha labrado un prestigio amplio y sólido de negociador persistente y hábil, que tiene claros sus objetivos y sabe cómo alcanzarlos. Es Luis Gallegos (Quito, 1946), el embajador ecuatoriano que en abril pasado fue declarado “persona no grata” por el gobierno de los Estados Unidos, como culminación de un proceso de deterioro de las relaciones bilaterales iniciado por el gobierno del Ecuador.
Ese episodio no fue, según lo ve Gallegos, ni una mancha en su hoja de servicios ni una disputa duradera. “Los problemas se superarán”, asegura, aunque prefiere no entrar en detalles ni ahondar en el asunto. Esa decisión de no meterse en honduras, que se mantuvo a todo lo largo de la entrevista, no impidió que Gallegos hablara de su oficio con energía y entusiasmo, convencido como está no solamente de las virtudes y potencialidades intrínsecas de la diplomacia, sino también de su rol en el mundo futuro. Un rol que, para muchos, está cada día más en duda.