
“You know more, but I feel more”, le dijo alguna vez Jackson Pollock a Willem De Kooning. De Kooning envidiaba el talento de su colega o quizá esa manera de entregarse, literalmente, de cuerpo entero a sus pinturas. De Kooning planeaba durante meses sus obras, por muy improvisadas que puedan parecer; Pollock bailaba sobre sus lienzos con tarros de pintura, embarrándose la piel, y nunca hizo un solo boceto. En realidad, De Kooning no tendría por qué haber envidiado a su colega si hacía caso de las malas lenguas que hasta el día de hoy dicen que Pollock no fue más que un accidente del arte moderno, una gran coincidencia entre su forma de pintar y la necesidad brutal que Estados Unidos tenía en ese entonces de producir artistas de reconocimiento internacional.
El argumento escéptico en contra de Pollock era que cualquiera puede derramar tarros de pintura sobre lienzos. El mismo Pollock lo había puesto en tela de juicio. Tal fue su asombro una tarde en su estudio de Long Island después de su gran experimento que volteó a ver a su esposa Lee Krasner, también artista, y le preguntó: “¿Es esto una pintura?” Pollock no estaba preguntando si su pintura era buena o no, estaba cuestionando la naturaleza del propio medio. En el fondo, sabía que estaba aterrizando en un terreno inexplorado. Y esta es precisamente la genialidad de la que estaba celoso De Kooning, de ese feroz atrevimiento de irse contra los conceptos tradicionales de la pintura. Es Pollock, entre todos los artistas del expresionismo abstracto, el que bota el caballete, los bocetos, los pinceles y demás elementos de la pintura clásica.
En la revista Life de 1949, Pollock fue mencionado como el mejor pintor de EEUU, pero lo cierto es que William De Kooning y el resto de los miembros del expresionismo abstracto, como Hans Hoffman, Mark Rothko, Barnette Newman, Franz Kline, William Baziotes, Clifford Still, Ad Reinhardt, vivían su arte apasionadamente, con un deseo profundo y auténtico de reivindicar al ser humano y su grandeza espiritual en medio de una sociedad quebrada que apenas estaba empezando un proceso de cicatrización.